Los próximos meses nos pondrán a prueba como nunca antes. Como personas que creemos en la democracia, lo que significa que creemos unos en otros, nos veremos obligados a tomar decisiones difíciles.
"Ánimo, chicas, todo va a estar bien". Eso les dije a mis tres hijas en nuestra última llamada familiar. Luego nos quedamos en silencio un minuto porque, en el fondo, sabemos que las cosas pueden empeorar mucho antes de mejorar.
Mis hijas y yo hacemos estas llamadas familiares todas las semanas por video. Es la única forma de estar juntas con regularidad, ya que paso mucho tiempo viajando por mi trabajo para People’s Action, hablando con organizadores y organizaciones de base a lo largo del país.
Ha pasado mucho tiempo y hemos recorrido un largo camino desde que llegué a este país a pie en la década de 1980. En aquel entonces, tenía doce años y huía una guerra civil en El Salvador que fue financiada por Estados Unidos, y que había destrozado a mi familia, como a muchas otras. Mi esperanza y determinación eran reunirme con mis hermanas y juntas, reconstruir nuestras vidas en paz.
Kansas no dio la oportunidad de reconstruir, fue donde nacieron mis tres hijas. Ahora las he visto crecer y prosperar, ir a la universidad y formar sus propias familias. Por eso, en medio de todas nuestras frustraciones —el aumento de los precios y los alquileres, y lo difícil que es salir adelante, por mucho que lo intentes—, cada una de estas llamadas está llena de grandes y pequeñas alegrías que me llenan el corazón.
Sin embargo, ahora, cuando hablamos, hay una creciente sensación de que las cosas no van bien. Hemos visto a hombres enmascarados separar de sus familias a amigos y vecinos —que cumplen todas las normas y jamás han cometido un solo delito—, sin explicación ni excusa. Nuestro gobierno está silenciando a la prensa y amenazando a cualquiera que se atreva a oponerse.
Esto no es normal. Este no es el sueño americano ni la democracia que merecemos. Es la clase de crueldad que creíamos haber dejado atrás al llegar a este país, con sus leyes, escuelas e instituciones. Sin embargo, cada día parece una lluvia de malas noticias, y justo cuando piensas que no puede empeorar, lo hace.
Desde que esta administración asumió el poder, hemos visto:
- Recortes de impuestos de más de 3 mil millones de dólares para los ultrarricos
Recortes de más de 1 mil millones de dólares para los que necesitan atención médica, alimentos y vivienda
Detención ilegal e indefinida de ciudadanos e inmigrantes
Ocupación militar de las grandes ciudades
Amenazas a los medios de comunicación y periodistas
Amenazas a fundaciones y otras organizaciones sin fines de lucro
Según expertos en autoritarismo, la democracia en Estados Unidos ha decaído a un ritmo sin precedentes. Según el autor M. Gessen, quien vivió muchos años en Moscú, Vladimir Putin tardó una década en causar tanto daño a la democracia como Trump lo ha hecho en los últimos nueve meses.
Ahora Trump intenta anular las elecciones intermedias antes de que se emita un solo voto. Está ordenando que los funcionarios redefinen los mapas electorales para asegurar mayorías permanentes para los republicanos, despidiendo a los supervisores electorales, nombrando a leales para supervisar el recuento de votos y emitiendo órdenes ejecutivas para suprimir la votación.
"¿Qué más podemos hacer?", preguntan mis hijas. Sé que muchos nos hacemos la misma pregunta.
No podemos ignorar las cosas terribles que vemos cada vez más a nuestro alrededor; es difícil no sentir miedo e impotencia. Y, aun así, tengo esperanza.
Tengo esperanza por mis hijas y gracias a ellas. Creo en la gente. Creo que la misma resiliencia que ayudó a este país a superar una guerra civil para acabar con la esclavitud y que, con el paso de los años, ha ampliado los derechos y las libertades, finalmente prevalecerá.
También creo que la misma resiliencia que veo en mi propia familia, que nos ha fortalecido contra viento y marea, al superar dificultades para alcanzar nuestra propia libertad, existe en muchos corazones y familias. Podemos prevalecer si nos mantenemos unidos.
Los próximos meses nos pondrán a prueba como nunca antes. Como personas que creemos en la democracia, lo que significa que creemos unos en otros, nos veremos obligados a tomar decisiones difíciles.
Ojalá hubiera una respuesta fácil. Ojalá bastara con protestar en las calles, ojalá cancelar nuestra suscripción favorita o dejar de comprar en nuestra tienda favorita fuera suficiente para sacarnos de esta locura y volver a la normalidad. La verdad es que se tomara todo eso y más.
Para los organizadores, esto significa que debemos crear un nuevo manual de estrategias para nuestra organización si queremos tener alguna posibilidad de detener la consolidación total del poder. Lo que funcionó en el pasado no funcionará en el futuro. Por lo tanto, debemos reconocer que las viejas reglas ya no aplican y encontrar la creatividad para crear nuevas alianzas con la fuerza necesaria para superar este momento difícil.
Todos necesitamos salir de nuestra zona de confort para hacer cosas que nunca antes habíamos hecho. Debemos hablar con personas que quizás no piensen ni se parezcan a nosotros, incluso cuando no sea fácil, cómodo o con consecuencias.
Debemos recordar que la mayoría de la gente no espera que un político la salve; han perdido la fe en las instituciones y, a menudo, ni siquiera saben en quién confiar. La manera de recuperar a la gente es escuchar, construir desde abajo y dejar de fingir que tenemos todas las respuestas. Porque las personas son más que argumentos o tácticas vacías. Los organizadores que escuchan con el corazón y confían en sus instintos me entenderán.
Nuestra respuesta somos nosotros, contamos el uno al otro. Podemos lograrlo. El mes pasado, compartí una historia sobre un jinete y un caballo: no importa cuán poderoso se sienta un jinete al sostener un látigo, siempre es el caballo quien decide cuánto tiempo permanece en la silla.
Creo que, al final, estaremos bien. Mientras tanto, lucho con todas mis fuerzas cada día con la esperanza de que todo salga bien. Me anima la compañía de todos aquellos que comprenden que, para lograrlo, se necesita lo mejor de cada uno. Y hasta entonces, como nos recuerda la historiadora Heather Cox Richardson: «Cuando todo termina, los buenos ganan. Y si aún no han ganado, significa que aún no ha terminado».